jueves, 2 de abril de 2009

Hay que saludarse




Soy una ferviente defensora del saludo. Por una cuestión de costumbre y cortesía natural (que justificadamente puedo perder), saludo a todo el mundo. A los colectiveros, al boletero del tren, al de la cabina de peaje, a los recepcionistas, ¡hasta a los telemarketers!. En fin, a toda persona con la que me relaciono. Es más, le pongo tanta onda que además sonrío verdaderamente.

También soy quejosa (peso a lo que puse en el post anterior), además de levemente antisocial. Y últimamente tiendo a estar un poco enojada.

Hay un lugar en el cual nunca saludo: en los ascensores. Quizás por timidez, o por el hecho de estar atrapada junto con las otras personas. Aunque soy consciente de que debería, ya que entro a un lugar donde hay gente. Sin embargo, no lo hago. Pero el el otro día me pasó algo que me hizo sentir muy bien.

En un edificio del centro porteño, subo al ascensor. En la próxima parada, suben un señor y una chica. El señor dice amablemente:
-Buenas tardes.
Yo le respondo:
-Hola -(tiendo a ser medio informal).
Al rato el señor me dice:
-La felicito por saludar.
Me lo quedo mirando sorprendida:
-Usted me saludó y yo le tengo que responder el saludo.
-No se crea -me retruca-. Estoy haciendo una encuesta. Usted es la primera persona que me saluda y ya me subí a cuatro ascensores con gente. Pero nadie me saludó.
Luego se generó una conversación trivial de ascensor de un minuto y medio.
Al bajar nos despedimos los tres.
Nos habíamos conocido.
Salí del edificio contenta porque la incomodidad del viaje en ascensor se había transformado en un rato muy ameno. Además, había conocido a dos personas. Y, no lo niego, me gustó que me felicitaran.
Me di cuenta de que hay que estar menos enojado, más amable y bien dispuesto. Ese episodio me alegró el día. Hasta diría que cambió mi manía del enojo por default.

Ahora me enojo, sólo cuando me hacen enojar. Y aún así, trato de evitarlo. Estoy determinada a ser una persona más feliz.

No hay comentarios: