
Ayer, miércoles 29 de abril de 2009 a las 21.30 hs., nació mi sobrino Marcos.
Y es perfecto. Es el bebé más lindo del mundo.
Soy tan feliz.
Ayer fue Navidad. Son las nueve de la mañana y en la calle no hay nadie excepto una paseadora de perros que deja que sus animales ensucien en la puerta de mi casa. En realidad, sobre el asfalto, pero a dos metros de la vereda. Y cuando el sol calienta, los tesoritos fermentan y el olor entra por las ventanas. Salgo a protestar pero la paseadora lleva puestos los auriculares de una radio portátil y no escucha lo que le digo. Tengo que gritar: “Señora, ¿por qué no lleva a sus perros a cagar a otra parte? ¡A una cuadra está el paredón, las vías del tren!”. No sé si me irritaría de igual forma si se tratara de un hombre. Soy cobarde, físicamente. O quizá se trate de otra cosa, del miedo a enloquecer de furia y matar a un adversario. La paseadora me dice: “¿Por qué se pone así? Yo no terminé mi trabajo”. Se ríe y junta los excrementos en una bolsa de plástico. Yo le digo: “¡Igual da asco! La mierda se pega al asfalto y uno la pisa al cruzar la calle o al bajarse de un auto, y después la entra a su casa. ¡Yo piso esa mierda y después mi hija juega con sus juguetes en el suelo y está en contacto con los microbios de la mierda de esos perros!”. La paseadora no pierde su buen humor: termina de atar la bolsa y me dice: “Que difícil debe ser vivir para alguien como usted”. ¡Encima quiere tener razón! En vez de gritar o de pegarle, entro a mi casa. Mi hija duerme. Dentro de una semana mi mujer se irá con ella y me dejarán solo. Voy a estar solo hasta el fin.
1.
El marchante internacional Míchel Vedrano recordaba muy bien la proposición que le hizo su cliente Luis Bastos aquella noche: “Quiero que te acuestes con Julia. Le quedan sólo tres meses de vida. ¿Puedes hacerme ese favor?”. Luis Bastos le expresó este deseo durante una fiesta en su casa de las afueras de Madrid, mientras le mostraba una de la habitaciones para invitados, que tenía un espejo en el techo sobre una cama adquirida en una subasta de muebles antiguos por la que pagó un sobreprecio, porque al parecer en ella se había acostado Isabel II con un amante alabardero y puede que allí hubiera engendrado a una de las infantas, aunque esto no se especificaba con claridad en el catálogo. No es que su mujer estuviera agonizando en ese lecho real. Julia era una chica llena de vitalidad que en ese momento movía por el salón su cuerpo aparentemente espléndido, en el que los médicos habían detectado una leucemia aguda según le acababa de confesar el marido. Al oír semejante proposición, Míchel se quedó impasible sonriendo con un whisky en la mano.
"La soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece
grande pero no está sano".
PRÓLOGO
21 DE FEBRERO DE 1950
Un motel abandonado en las colinas de San Bernardino; Buzz Meeks se registró allí con noventa y cuatro mil dólares, nueve kilos de heroína de gran pureza, una escopeta calibre 10, un 38 especial, una automática 45 y una navaja que le había comprado a un mexicano en la frontera, antes de ver el coche aparcado al otro lado: matones de Mickey Cohen en un coche sin insignias de la policía de Los Ángeles, polizontes de Tijuana esperando para hacer contrabando con parte de sus mercancías y arrojar su cadáver al río San Isidro.
En un edificio del centro porteño, subo al ascensor. En la próxima parada, suben un señor y una chica. El señor dice amablemente:
-Buenas tardes.
Yo le respondo:
-Hola -(tiendo a ser medio informal).
Al rato el señor me dice:
-La felicito por saludar.
Me lo quedo mirando sorprendida:
-Usted me saludó y yo le tengo que responder el saludo.
-No se crea -me retruca-. Estoy haciendo una encuesta. Usted es la primera persona que me saluda y ya me subí a cuatro ascensores con gente. Pero nadie me saludó.
Luego se generó una conversación trivial de ascensor de un minuto y medio.
Al bajar nos despedimos los tres.
Nos habíamos conocido.
Salí del edificio contenta porque la incomodidad del viaje en ascensor se había transformado en un rato muy ameno. Además, había conocido a dos personas. Y, no lo niego, me gustó que me felicitaran.