lunes, 22 de junio de 2009

Campamento


Él sabía que iba a tomar más alcohol. Era lo único que podía hacer para no pensar en Ella ni ese viaje espantoso. Ya no valía la pena lamentarse. Ni por una cosa ni por la otra. Se sentó en la barra y pidió otra cerveza. Tomó el teléfono y buscó su número.

– No la llames.

Su cerebro parecía luchar en voz alta en su contra. Y tenía voz de mujer.

¿De mujer?

Javier levantó la vista y vio una sonrisa que lo dejó desencajado. No pudo evitar devolver la sonrisa. Tampoco se le ocurrió hacer otra cosa.

– Me llamo Marianela –dijo la chica y le tendió la mano.

Javier se quedó inmóvil. Las mujeres lindas le provocaban ese efecto, lo volvían más estúpido de lo que era. Y esta mujer era muy hermosa. Tenía el pelo largo, negro, brillante como de propaganda, con una leve ondulación. Su boca era perfecta al igual que sus dientes, y por lo tanto también lo era su sonrisa que no desparecía. Javier miró el teléfono otra vez para eliminar lo que seguramente era una alucinación. Volvió a mirar y seguía ella seguía allí, con unos ojazos negros y unas pestañas kilométricas. Ya había bajado la mano, pero seguía sonriendo.

– Yo soy Javier –tartamudeó–. Disculpá, es que… ¿Cómo sabías que iba a…?

Ella se rió.

– Ya estuve ahí, y es horrible. Los celulares te terminan arruinando la vida –sentenció–. No te dan respiro ¿no?

Él asintió. ¿Qué otra cosa podía hacer? Iba a invitarla a tomar pero vio que ella ya había pedido su cerveza.

– No la iba a llamar. Solamente… Esperaba que si miraba su número ella me llamaría –confesó–. Pero no soy telépata.

Se rió amargamente y tomó un trago para mojarse la garganta, que se le había secado de golpe. Miró alrededor para ver si alguien le estaba gastando una broma. Pero no vio nada. Volvió la vista hacia la chica. Tenía un vestido escotado, de una tela liviana con un estampado de flores. Etéreo, como diría una revista de moda. Sonrió. Ella lo miró, inquisitiva.

– Etéreo –dijo él–. Para una revista de moda, tu vestido sería etéreo.

Ella se miró la ropa.

– Es verdad –asintió–. Para no decir transparente, que queda mal.

Se rieron los dos.


Menos mal que había sacado plata del cajero. Menos mal que justo a la vuelta del bar había un hotel. Menos mal que esa chica había aparecido justo en ese momento. Menos mal que Ella ya no estaba en su vida. Porque había pasado la mejor noche de su vida. Marianela tenía la piel tersa, oscura y suave. Era sensual y exquisita. Se movía lenta, flexible, y sabía exactamente hacia dónde tenía que ir. Cómo ir. Sus manos lo recorrieron lentamente, buscando esos lugares que nadie había buscado antes. Como si lo conociera. Su boca, sus labios tan sensuales lo besaron una y otra vez, provocándole esa sensación indescriptible. Esa sensación de no querer estar lejos de ella nunca más.

Aún sentía el olor de su pelo, de su cuerpo. Lo tenía pegado a su propia piel, en sus fosas nasales, mientras desayunaban en el bar. Marianela sonreía. Casi afectuosa pensó Javier. Él le tomaba la mano y no hubiera querido soltársela, pero tenían que separarse. Ella tenía que volver con sus amigas al campamento y él con su madre y su tío. Quedaron en verse por la noche.


Javier estuvo todo el día como en una nube. Claro que Marianela no tenía celular. No la podía llamar y se moría de ganas de escuchar su voz, de escuchar esas cosas maravillosas que le había dicho la noche anterior.

A la noche fue hasta el campamento. Pero ella no estaba. La parcela estaba vacía. Recientemente vacía. Cómo él. Se sentó en el pasto húmedo, mirando el hueco dejado por la carpa. ¿Y ahora? No podía sacarla de su mente. No podía olvidarla. No quería.

Sonó le teléfono. Era Ella.



La imagen es de Lorraine Shirkus

3 comentarios:

Gabriela dijo...

¿¿Ella quièn???

Ella Ella o Ella la otra???

La vida es una suceción de obsesiones.....

maniática dijo...

jajaja
el destino es roña

pobre tipo

Anónimo dijo...

Excelente!!! Muy Bueno!!! me encanto. Besos

Padawan Piculo